martes, 15 de junio de 2010

LA DROGA: ¿ LA CONSUME O ME CONSUME ? Sufrimiento Interior.



Hemos visto como el uso de la “libertad” entendida como libre albedrío, nos lleva por cualquier camino; no tiene una idea clara, parecer el hombre ya no quiere nada, solo un olvidar los problemas, saborear lo presente, y disfrutar el ahora. Queremos proponer algunas causas de la búsqueda de sustancias y su adicción.

La Sustancial motivación de la tóxicodependencia( consumo de drogas), No es solo la indigencia: los ricos se drogan más que los pobres; lo han hecho siempre: hace dos o tres generaciones, el consumo de heroína era casi un status symbol.No solo las familias «a riesgo»: a menudo un joven se droga y sus hermanos no.No solo la falta de trabajo, ni de amor. Conocemos todos diversos casos de drogadictos que tienen (y tal vez pierden) un puesto de trabajo, y otros que se drogan en parejas (y parejas incluso felices).

El común denominador de la tendencia a la droga es un estilo de vida totalmente particular, caracterizado por una espantosa carencia de valores.

Aquí el discurso —el discurso sobre los «valores»— puede hacerse difícil. Trataremos de simplificarlo. Sabemos bien que son los valores, y como nos sentimos desnudos y perdidos ahora que hemos perdido tantos. Pero en el fondo de cada uno de nosotros no se ha atrofiado la esperanza de tiempos mejores. Para mantener viva esa esperanza es necesario creer en algo, especialmente cuando incluso desfallece la fe. Creer en algo es importante de por sí, independientemente de que es ese «algo». El «algo» está fuera de nosotros, pero el «creer» está en nosotros. El campesino que se despierta al alba para regar la verdura de su huertecillo, porque sabe que eso la hace crecer más hermosa, no es un héroe, es uno que cree en algo, que persigue un fin, es uno que vive en vez de dejarse vivir; no quisiera parecer retórico, pero diría que es un hombre. El ejemplo que he puesto puede alegrarnos porque nos dice que, al menos para la promoción individual, todo puede ser «valor»; pero nos deprime porque el reducirse a un ejemplo tan superficial subraya el hundimiento de los valores tradicionales, los que han sido desde siempre los pilares de la civilización. Algunos de esos valores pasaban de padres a hijos (igual que el apellido) y se aceptaban sin discusión, como la honestidad, el respeto, el pudor, el deber. Otros se aceptaban racionalmente, como el matrimonio, la paternidad-maternidad, la defensa de la vida. El hundimiento ha empezado con esta última categoría de valores: con el divorcio, el aborto, la eutanasia.

A causa de este hundimiento de los valores, se ha Engendrado el concepto de que «nada es debido y todo está permitido»: la mortífera cultura de la falta de compromiso de la que resultan inevitables las consiguientes negaciones de todo tipo de autoridad, el permisivismo, la licitud de lo ilícito, la prepotencia del truhán, el triunfo de la carne sobre el espíritu.

El drogadicto ya no cree en nada. Nada le estimula, ni le motiva, ni le atrae, ni le interesa. Ni siquiera la vida. Sabe que, drogándose, arriesga la vida.

Pero ¿qué es la vida? Sólo un derecho al goce: si este falta, se restituye el «bien» como un electrodoméstico cualquiera que no responda a las cualidades decantadas en el cuadernillo de informaciones. Cuando se está convencido de que la existencia es una continua degustación y todo parece reducirse a una cuestión de platos que podemos devorar, sucede que cuando nos hallamos con algo amargo en la boca se escupe la vida. Un drogado, antes de morir, ha dejado escrito que quería «liberarse del sufrimiento de vivir».

Y ¿qué es la muerte? No ya el terror del rendimiento de cuentas y el veredicto para toda la eternidad : filosofía anticuada. Es solo el fastidio de una fiesta que se acaba, con los amigos que se van. Reducida a esas dimensiones, la muerte se empequeñece todavía más cuando se mira la televisión: en media hora podemos asistir a decenas de asesinatos. Vista de este modo, la muerte es una cosa banal, una broma, algo en lo que no vale la pena ponerse a pensar, de lo que no hay que preocuparse y menos aún asustarse. Llegados a esto, en una lógica tan deformada, incluso se puede buscar la muerte como una simple opción de vida.

La matriz psicológica de la dependencia de la droga no es la desazón social, sino una deformación subjetiva de la percepción de la realidad. El drogadicto sabe que ciertos valores existen y que serían accesibles incluso a él, pero no los ve, no los siente. Es como el daltónico, que sabe que el verde es un color, pero no lo distingue. El drogado se aísla de sus coetáneos (incluso de los compañeros de droga) porque solo ve los lados negativos de las diversas realidades (familia, amor, amistad, trabajo) mientras los demás perciben también, y sobre todo, los valores positivos. Los demás están animados por proyectos, achievement, deseos de afirmarse; el, no; el busca solo una imprecisa libertad y solo encuentra inseguridad. El problema no está en el mundo, sino en la propia interioridad.

Así la tóxicodependencia no nace si falta la droga; pero la droga es inocua si no encuentra una «cultura» que le ofrezca un satánico trono. Es la cultura del drogado, de la falta de compromiso, de la desesperación del vacío, del sufrimiento interior con que he titulado estas reflexiones. El sufrimiento interior es el resultado triste del ir contra corriente, «contra natura»: los jóvenes, que, en vez de proyectarse hacia el futuro, hacia la vida, como seria lógico y natural, prefieren la droga, instrumento de muerte, van contra natura.

La droga puede ser vencida solo devolviendo a la juventud de todo el mundo el ansia de saber, el ímpetu de obrar, la fuerza de creer (creer en alguien, en algo, sobre todo en sí mismos), el deseo de apostar por sí mismos, el placer de asumirse las responsabilidades, en lugar de evitarlas, el gusto de la honestidad, el atractivo del deber, LOS IDEALES HERÓICOS.

No son fantasmas ni ilusiones. Son solamente las «reglas» de siempre: las reglas por las que la humanidad, siguiéndolas, se ha hecho culta, potente, civil; las reglas que solo el materialismo se atreve a descuidar, proponiendo falaces y contaminadoras lisonjas hedonísticas y consumistas.

La droga pasara. Alguien, antes o después, conseguirá con autoridad destruir ciertos cultivos; pero entre tanto cada uno de nosotros puede y debe comprometerse personalmente a aportar su propia piedra —a base de ejemplo, de diligencia, de confianza— para la reconstrucción de una cultura que excluya la droga y todos sus precursores: para una verdadera cultura de la vida.

Prof. Ferruccio AntonelliPresidente de la Sociedad Italiana de Medicina Psicosomática

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